miércoles, noviembre 05, 2025

Noche difícil

Hoy nos han dicho que a mi padre le quedan semanas de vida. Me he bloqueado de pena. De repente, un dolor de cabeza insoportable. Mi perra ha empezado a lamerme la cara. 

La última conversación lúcida que tuve con él fue hace unos días. Me habló de todos los coches que había tenido. Se emocionó al recordar dos en concreto. Un Mini de la época con el que venía a buscarme al colegio cuando yo era muy pequeña, y que recuerdo perfectamente porque llevaba una bocina que a mí me hacía mucha gracia. Y el otro, un golf descapotable blanco en el que todas mis amigas querían subirse en verano.

Después de esa conversación, me pidió que le ayudara a levantarse. Yo llevaba el cordón del zapato suelto. Se me vino a la mente un día de mi infancia en el que mi padre me enseñaba con paciencia a atarme los zapatos.

Luego hablé por teléfono con mi tía, que está en el pueblo, y llamaba para preguntarme por él. Me estuvo contando que ya había empezado la recogida de la aceituna. Sentí el sabor intenso del primer aceite. Imaginé un puñado de almendras. Imaginé también una sartén llena de pimientos verdes.

Me dieron muchas ganas de volver al pueblo para encontrarme en la estación con aquel niño de cuatro años a punto de subirse al tren que lo traería a Barcelona. Tan inocente, tan niño, tan puro, tan pequeño, mi padre. 


viernes, octubre 24, 2025

El amor que llega desde muy lejos

 


Ya hace un año que me mudé. 


La primera vez que vi el piso me fascinaron los azulejos del lavadero. 


Recuerdo que había un jamón colgado y me sorprendió, hacía años que no veía una pata de jamón en una casa.


Ya hablé hace tiempo de cómo me impresionaba cuando iba a ver un piso  en venta y se palpaba que seguía siendo el hogar de alguien o que lo había sido. 


Luego supe más de la historia de la casa porque la anterior propietaria me contó que su marido era albañil. 


Imaginé al Sr. Antonio, que es como se llamaba, alicatando las paredes del lavadero con los azulejos. Es muy difícil que un lavadero sea acogedor, pero este lo es. Da un patio de luces abierto y la ropa se seca al aire y con el sol. Creo que Antonio le puso tanto amor a esas paredes que ha llegado hasta mí desde muy lejos.


Estoy preocupada por mi padre. Verle enfermo me pone muy triste. No lo estoy hablando ni expresando demasiado, me lo estoy guardando para mí. 


Hoy me he sentido en una travesía complicada hacia no se sabe donde. Luego me ha bajado la regla y he pensado que era por eso. 


Hace una semana fue mi cumpleaños. Mis amigos me hicieron muchos regalos y trajeron mucha alegría, casi como si fueran los reyes magos. Estuve cocinando todo el día para que todo el mundo se sintiera a gusto y en casa. 


El otro día soñé que me enamoraba de una tal Ariadna. Soñé con el preciso instante en el que sentía que me estaba enamorando. Tenía el pelo castaño claro y una voz muy bonita. No sé quien es. Fue un sueño muy real.


No ha habido ningún avance destacado con la chica que me gusta, excepto que me estoy desencantando poco a poco, que ya va bien porque era un reto complicado. Ay, el amor a veces se esfuma. Otras veces permanece muy adentro, tras los azulejos.


viernes, septiembre 19, 2025

Las manos



Acabo de hacer algo un poco arriesgado. Le he escrito un whatssap un viernes por la noche. Me ha contestado enseguida con tres mensajes más. A veces me gusta jugármela con este tipo cosas que me dejan al descubierto. 

El miércoles nos tocamos las manos al vernos después de varias semanas. Recuerdo un día que estábamos sentadas juntas y teníamos las manos a 2 cm de separación. Yo sentía todo el tiempo una atracción hacia su mano que me impedía concentrarme. Recuerdo otra vez, en un auditorio, a oscuras, hablándonos al oído. 

Pero no perdamos el norte. Es una amistad bonita, nueva, fresca, sincera, con química. Ella debe saber que a mí me gusta. Me acaba de llegar otro mensaje. Y otro más. Un audio. Una foto.
Voy a archivar la conversación por hoy. Es una amistad. Volvamos a la realidad.

Ayer escribí en una libreta la escaleta de una novela. No sé, me dio el venazo. Podría escribirla para evadirme de algunas cosas que están pasando. Los días que estuvo mi padre en el hospital desconecté cocinando. Hice una empanada por primera vez. Hice pollo Tikka Massala por primera vez. Hice tarta de higos y queso por primera vez. Hice un arroz con lo que tenía en la nevera. 

Una noche de esta semana estuve escuchando algunas canciones que he estado componiendo y grabando en los últimos meses. Canciones incompletas pero llenas de detalles y sonidos que me encantaron. Muy buenas ideas, la verdad es que me sorprendieron. Me gustaron mucho. Me sentí orgullosa de esos borradores sonoros. Puede que ya esté saliendo de mi duelo musical. 

Hoy le he hecho una foto a la ropa tendida de la vecina del terrado, la que veo desde la ventana de la cocina. Siento mucha paz cuando veo la ropa limpia y tendida al sol, moviéndose al aire. En otro post hablé de ella, eso de que a veces pienso que solo la veo yo. Le pregunté por su acento porque es muy parecido al de mi abuela. Y sí, nacieron cerca, "pero llevo más de 70 años en Barcelona, hablo catalán", me dijo. Mi abuela también lo hablaba. La Sra. Carmen es muy muy mayor. Me ha llamado por teléfono un par de veces. Le di mi número. Me recuerda mucho a mi abuela, cuando hace 10 meses me mudé a esta casa pensé que era una señal de estar en el lugar adecuado.

Mi perra ya ha aprendido a meterse en el ascensor, pero da un salto muy grande, exagerado, para entrar y para salir. La amo tanto que a veces se me rompe el corazón. La veo correr feliz por el parque y me siento orgullosa de mi perrita valiente. 



domingo, agosto 31, 2025

Final de agosto

24 grados en Barcelona, la temperatura perfecta para ser feliz. Sol radiante, transparente, ligero. Sin la humedad pegajosa de las olas de calor interminables, sin la capa de sudor permanente, sin la compresión al vacío del aire acondicionado.

Mi casa nueva, mi privilegio, es más fresca que la de antes. Ni gota de calor por las noches. La ventana de la habitación abierta, la mosquitera bajada, el ventilador dando vueltas en el techo. Yo durmiendo a pierna suelta con mi perra.

Madrugadas leyendo a Eva Baltasar y a Miranda July.  Atardeceres en la pequeña terraza barra balcón grande. Un quinto de cerveza fresquito, mis plantas lozanas y verdes, Khruangbin o Three Sacred Souls girando en el plato de discos, o a veces la voz de Judeline atravesándome desde una plataforma digital.

40 piscinas. Sol en las tumbonas exteriores.  Bajar a la playa del barrio, atravesar calles con la toalla y la sombrilla a cuestas. 

Una despedida emocionante, la despedida de la casa de mis abuelos.

A mediados de julio estuve en la isla. Es la cita anual con esa parte de mí que permanece intacta. Con la libertad de estar sola y de volver un lugar a salvo. Caminos de tierra en el coche de mi amiga L, comida en la cabaña con su hijastro, puestas de sol en Es Caló, el cuerpo desnudo en Es Migjorn, el mar turquesa, las playas sin gente, cenas de mantel blanco, spritz.

Principios de agosto. Visita por sorpresa e inesperada de una amiga andaluza a Barcelona, de una amiga de los blogs con la que hacía años que no hablaba. Una amiga del messenger. Una amiga del internet vintage. Hicimos una ruta en bici por Poblenou. Yo "local" y autóctona le enseñé mis lugares preferidos. Comida en un indio moderno. Nos pusieron unas bolitas que al morderlas explotaban con sabores frescos y mentolados, muy ricas. No recuerdo el nombre. Cerveza. Muchas risas. Nos hemos convertido en mujeres independientes y con hipoteca. Partida de ping pong en su hotel. Creo que gané pero no contamos los puntos. Antes de irse, me invitó a Sevilla. 

Grandes ventanales en un hospital público que parecía un aeropuerto. Agosto. Ola de calor afuera. Mi padre en el quirófano. La operación fue bien. 

La chica que me gusta, pero que tiene novio, me ha escrito todos los días del verano. Una alegría. Esta persona ha llegado para quedarse. Me apoya, me hace reír, sabe bailar. Es inteligente. Es guapa.  A veces reservada. Mis amigas la llaman "Sofía Coppola".

Playa, piscina, más playa. Playa. Paseos con mi perra. Audios con sofia coppola. Cenas con mis amigas. El viernes pasado, cortos de terror al aire libre en el Mecal. No me gustó ninguno, bueno, un poco el primero. 

Esta tarde tengo una cita de tinder. No me apetece. Nunca me apetecen las citas de tinder. A mí ya me gusta alguien. Pero tengo que ser realista. Esta cita pinta bien, tenemos cosas en común. Hemos quedado en un parque. Ruleta rusa.

domingo, julio 06, 2025

El adiós a una casa y a parte de la infancia

(He guardado este post en borrador casi dos meses porque me emocionaba mucho)

He llegado hace media hora. Mi perra está olisqueando las sandalias para saber dónde he estado. He subido en coche hasta el Paseo de Verdum. Nou Barris es un distrito que nació con las familias andaluzas, aragonesas, extremeñas, gallegas... que llegaban a Barcelona. Es una de las cunas de lo xarnego. Nosotras somos las nietas 100% catalanas pero con orgullo xarnego. 

Hemos puesto en venta el piso de mis abuelos. Creemos que es lo mejor. Que lo habite alguien que le dé una segunda vida, que lo convierta de nuevo en un hogar. He ido a despedirme de esa casa en la que pasé tantas tardes cuando salía del colegio. Hace cinco años murió mi yaya; hace seis meses murió mi abuelo. Hoy he sentido que, al despedirme  ese lugar, al saber que ya nunca más voy a volver a poder abrir esa puerta, era un adiós definitivo. 

Las casas guardan el calor de las personas que vivieron en ellas. Y los objetos, esos que en la vida diaria, en la rutina, sencillamente son cosas que te acompañan, se convierten en símbolos y en transmisores de recuerdos, momentos y de otras vidas.

Me he llevado la vajilla de mi abuela porque le tengo mucho cariño. Esos platos blancos con florecillas azules son mi infancia. Están como nuevos, los voy a usar a diario. Mi madre me contó que los compraron en los "bazares del puerto". Aquellos "bazares del puerto" ahora son supermercados 24 horas y tiendas de souvenirs para turistas.

También me he llevado el costurero de mi abuela. Lo he abierto y he visto que había algunas agujas enhebradas. Es la huella de alguien que ya no está y a quien quise mucho. Esas agujas enhebradas por mi abuela, y que siguen aquí, me han conmovido. Pensar que les enhebró ella me ha roto de emoción. El costurero estaba dentro de la máquina de coser. Inmediatamente he escuchado el sonido del pedal. Toda la tarde cosiendo, mi abuela se pasaba las tardes cosiendo, y yo, mientras tanto, viendo los dibujos animados. Recuerdo mucho a un personaje del barrio sésamo que era una especie de Conde Drácula que te enseñaba a contar con acento extraño. Cada vez que nado, cuento piscinas junto aquel conde drácula de trapo.

Mi madre no quería llorar, pero al final no ha podido evitarlo. Se ha emocionado con las copas de cava, las que usábamos en las navidades para brindar, y también con las sábanas bordadas de algodón. Me quiero ir de aquí, me ha dicho.

He encontrado una foto mía con una estampita de la virgen de Montserrat pegada con celo por detrás. Ese tipo de cosas eran muy de mi abuela. Me he llevado, también, el transistor de mi abuelo, por si vuelve a haber un apagón. 

Sinceramente, despedirme del hogar de mis abuelos me ha desarmado. Y mientras volvía en coche, bajando por la calle Espronceda, todavía llorando, veía a a la gente en moto con sombrillas y toallas al hombro, hacia la playa, hacia mi actual barrio, como un domingo cualquiera de verano. Y ese contraste me ha hecho pensar en que es esencial dejarse llevar por lo que te emociona. 

Las agujas enhebradas, lo manteles blancos guardados en el cajón, la máquina de coser, el interruptor de la luz de la cocina, la cuerdas de tender, el timbre, el piso 3º 3ª, el buzón con el nombre de mi abuela y de mi abuelo, todo eso me ha hecho sentir vulnerable y viva al mismo tiempo.


domingo, junio 29, 2025

Las fuentes en verano

Escribo desde la terraza. A esta hora siempre corre el aire y las golondrinas cruzan el cielo juntas, en bandada, también alguna gaviota,  pero no tanto como en la madrugada, que es cuando se vuelven locas de verdad. La locura de las gaviotas me despierta algunas noches. 

Estos días de calor, en el parque que hay al lado de mi casa, cuando saco a mi perra a las siete y pico, los niños juegan en bañador alrededor de la fuente a tirarse globos de agua. Me gusta esa alegría de la calle porque parece sencilla. Cuando sean adultos, ¿pensarán en esas tardes de verano jugando en la fuente del parque? Yo recuerdo que nos encantaba abrir a la vez todas las duchas de la piscina y jugar a pasar corriendo por debajo del agua. 

En mi rutina veraniega, hay dos fuentes más que son de vital importancia. Una es la que hay en el parque de pinos que hay frente a la playa, porque al volver suelo quitarme la arena de los pies. Se lo vi hacer una vez a un turista y me pareció horrible, pero ahora lo hago yo. Y confieso que es un momento de máxima satisfacción.

Luego está la fuente de la plaza Prim, que milagrosamente sigue siendo un lugar tranquilo para leer o dejar pasar el rato a la sombra, en los bancos. Esa plazoleta me recuerda a mis abuelos porque, cuando yo era pequeña y ya no tenía colegio, a menudo iba con ellos a comer a un restaurante que quedaba cerca y que les encantaba. Ahora ya no existe, hace años que despareció. Primero pusieron un asiático cool, que no funcionó demasiado bien porque todavía no se había gentrificado tanto el barrio, y ahora han puesto un federal café que siempre está lleno de expats que viven en una barcelona que es una especie de realidad paralela. Siempre parece extraño que, esa misma ubicación, sea la de aquel otro lugar tan distinto que forma parte de mi infancia.

Un bichito acaba de cruzar la pantalla.

jueves, junio 12, 2025

primeras veces

 La anestesista me preguntó si estaba cómoda. Le dije que no, que no sabía dónde poner la mano. Empecé a moverla despacio, buscándole un sitio. Me dio la risa tonta. “¿Ya te estás riendo? Si todavía no te he puesto nada.”

Me sentía pequeña y vulnerable, pero liberada de tener que ser, precisamente, todo lo contrario. Un alivio extraño: ceder el control. Estar en manos de alguien más. Me pareció algo muy íntimo para un espacio tan frío y metálico, tan des-infectado, tan des-afectado.

Inyectó el líquido despacio. Lo vi entrar por la vía. “Piensa en tu lugar preferido. Imagínate allí.” Me dieron ganas de llorar, no sé si por miedo o tristeza. 

Dije el nombre de una playa. “Ya veo que tienes buen gusto.” Algo empezó a estirarme hacia arriba, y al mismo tiempo, hacia muy adentro, como cuando nadas bajo el agua, a pulmón. Me iba. Me evaporaba. Me resbalaba, como seda.

Lo último que escuché fue “Buen viaje. Nos vemos luego.”